César muere traspasado por veintitrés puñaladas. La plebe urbana se mantendrá fiel a su recuerdo.


Hace algún tiempo que un adivino ha advertido a JULIO CÉSAR de un gran peligro que le espera en los idus de marzo. En aquel día CÉSAR, al dirigirse al Senado para hacer ratificar sus voluntades, encuentra al adivino y sonriendo le dice: “Ya han llegado los idus de marzo”. “Sí -responde el adivino-, pero todavía no han pasado”. En los idus de marzo del año -44, los conjurados, en número de sesenta, se lanzan sobre CÉSAR intentando matarle, ante el temor de que pretenda coronarse “Rey” o “Emperador”, pero él se defiende heroicamente hasta que ve a BRUTO, al que ama como un hijo, con la espada desenvainada. Entonces, perdiendo toda voluntad de resistir, se cubre con su mano gritando: “¿Tú, también, BRUTO, hijo mío?”. Y dejándose caer a los pies de la estatua de su antiguo enemigo POMPEYO, muere traspasado por veintitrés puñaladas. La plebe urbana se mantendrá fiel a su recuerdo.