El Imperio fatimí o califato fatimí gobernará el Norte de África del año 909 al 1171. El nombre “fatimí” deriva del nombre de la hija del profeta Mahoma, Fátima az-Zahra, y su esposo, Alí, primo del profeta. La dinastía y sus seguidores pertenecían a la corriente ismailí dentro de la rama del islam de los chiíes. La dinastía es fundada cuando -en la fecha- un dirigente local -Abdullah al-Mahdi Billah (909-934)- en el oriente de Argelia se declara el Mahdí, el “de guía divina” y el califa o imam. Legitima su pretensión como descendiente del Profeta por vía de la hija del Profeta, Fátima Zahra, y su esposo, Ali ibn Abu Talib, primo del Profeta. Esto ocurre en Kairuán, ciudad ubicada en el centro de Túnez, pero su control pronto se extenderá a todo el centro del Magreb, área formada por los actuales países de Marruecos, plazas de soberanía españolas, Argelia, Túnez y Libia.

A Abdalá le sucede su sobrino ABDERRAMÁN III (912-929) como octavo emir independiente que con sólo 21 años ya ha demostrado interesantes dotes políticas que pronto pondrá en marcha desde su nuevo cargo. Cuando el joven ABDERRAMÁN III hereda el trono, al-Ándalus está en trance de liquidación por derribo. Cada día son más los caudillos beréberes, árabes o muladíes que actúan por su cuenta y se desentienden del gobierno central. También la economía va en retroceso porque la descomposición política y la anarquia afectan al comercio exterior. Con todos estos problemas, las arcas del Estado estan casi exhaustas pues se recauda menos de lo necesario. Por otra parte, existen, también dos graves peligros externos: Asturias en el norte, y los fatimíes en la actual Túnez adeptos al chiismo y que pretenden unificar el Islam bajo su mandato.

Los bereberes, divididos en pequeños reinos, reconocen, en la fecha, la soberanía de los fatimíes instalados en Kairuan (Túnez).

Los bereberes viven divididos entre las aspiraciones del califato omeya de Córdoba que se ha proclamado (929), y las del califato fatimí de Kairuan (Túnez).

En los siglos X y XI soberanía de los Fatimíes (dinastía chiita) en Argelia.

Egipto rompe sus lazos con el califato abasí después del reinado de Mamun el Grande, y en 968 pasa al control de la dinastía fatimí. Los miembros de ésta son chiíes, que se proclaman descendientes de Alí, el cuarto califa, el cual ha casado con la hija de Mahoma, Fátima (y de ahí el nombre de la dinastía). Bajo los fatimíes, Egipto vivirá un período de poder por vez primera desde los primeros Tolomeos, doce siglos antes. Poco a poco irá ganando terreno en el norte de África, y arrebatará Sicilia a sus anteriores conquistadores musulmanes.

En 996, al-Hakim se convierte en el soberano fatimí de Egipto (996-1021). Sus pretensiones de ser un dios y su temperamento inestable le valen el sobrenombre de al-Hakim el Loco, aunque para algunos sectarios musulmanes será considerado divino. El Egipto fatimí alcanza su apogeo, pues domina el norte de África y Siria, además del propio Egipto.

Palestina es ocupada por los fatimíes de Egipto, que también se muestran tolerantes con la población, hasta el califato de al-Hakim (996-1021), quien inicia un endurecimiento político-religioso en perjuicio de la población no islámica de Palestina.

El califa fatimí, Al-Hakim desaparece en 1021 en un viaje a lomos de su burro por las colinas de Muqattam sin ninguna guardia protectora. El burro es encontrado después cerca de un pozo cubierto con sangre. Se creerá que su hermana Sitt al-Mulk empleará a asesinos para matarlo debido a un conflicto entre ellos. El conflicto comenzó cuando su hermana le pidió que parara con su política, porque eso ponía en riesgo la continuidad de la dinastía. En respuesta, acusó a su hermana de adulterio y entonces ella decidió actuar primero, antes de que él la castigara. Aunque probablemente murió , los drusos creen que fue escondido por Dios y que volverá como el Mahdi el día del juicio. Al-Hakim es sucedido por su joven hijo Ali az-Zahir bajo la regencia de su tía Sitt al-Mulk.

En el monte Líbano, otra comunidad religiosa, los drusos, minoría musulmana heterodoxa surgida en el siglo XI entre los partidarios de la divinización del califa fatimí al-Hakim, conviven con la comunidad de los maronitas, en un largo período de entente druso-maronita que llega hasta 1840. Por otra parte, otras pequeñas comunidades en el monte Hermón y en la Alta Siria conservan de manera cerrada sus doctrinas secretas que no permiten ni la conversión ni la apostasía.